El niño que está sentado en la vereda, y que pronto se acostará en el piso donde pasará las próximas dos horas, aparenta tener entre 10 y 12 años. Todo indica que ha consumido drogas y que por eso no tiene reacción. Tampoco reacciona la gente que pasa en autos o a pie ante semejante escena. “Con estas cosas tenemos que convivir todos los días”, asegura un hombre que camina por la calle.

Son las 11 de la mañana y un equipo de LA GACETA recorre el barrio SEOC -al sur de la capital-, donde 24 horas antes fue asesinado el carnicero Omar Héctor Herrera en un asalto. “Vengan a ver esto, a esto sáquenle foto”, invita un hombre que pasa por la esquina de Güemes y Hernando de Magallanes junto a su esposa y sus hijos. Ahí, a casi 100 metros de donde murió Herrera, está el niño.

Está sentado en el cordón de la vereda. No parece un chico de la calle, está abrigado: viste una campera con capucha, bufanda, un pantalón de jean y un par de zapatillas sanas. Pero no se entera de lo que sucede a su alrededor. Se toma las rodillas con las manos y balancea su cabeza hacia adelante y atrás, todo el tiempo, de manera brusca y permanente. El equipo de LA GACETA se acerca a él, pero el niño no lo advierte. Está atrapado en su mundo.


Minutos después, se desploma sobre la vereda y queda acostado bajo el sol, como dormido. Desde entonces, un sinfín de personas pasan al lado suyo. Autos, motos, bicicletas, un carro con un parlante que ofrece frutas y verduras, señoras que salieron a hacer las compras. Pero el niño parece invisible. Sólo algunos lo miran pero nadie se le acerca.

“¿Alguien lo conoce? ¿Vive por acá?”, preguntan los periodistas. La respuesta es siempre la misma: “ese chico no es del barrio, pero es común ver esto; todo el tiempo se juntan los chicos a drogarse acá. Y no sabe lo que es en la placita, se amanecen ahí también”. Los vecinos aprovechan para quejarse porque la droga está instalada en el barrio y después siguen con sus vidas. Vuelven a sus casas, otros van al almacén, algunos se apuran por ir a cocinar. Y el niño continúa ahí, invisible sobre la vereda.

“Me quedé preocupada, tenía miedo de que le pase algo y llamé al 911”, contará más tarde una vecina. “No vino nadie. Como dos horas después aparecieron los padres del chico. Ahí supe que es un muchachito que anda vendiendo bolsas. La madre dijo que ya no sabía qué hacer con él, cómo tratarlo. Lo cargaron en la moto y se lo llevaron”, agregaría la mujer.